Los puentes sobre el río Ebro y sus orillas albergan a quien no tiene dónde ir. «Cuando vienen a verla las asistentas no se acercan, dicen que está bien, ¿es que no tienen ojos», se preguntan

Ionel y su esposa llevan 20 años en residiendo en España. Los últimos seis meses los han vivido en una tienda de campaña que plantaron entre los puentes de Piedra y de Hierro, resguardados contra el muro del paseo. Es su dormitorio particular. Fuera de la tienda, a la intemperie, la cocina y el salón son cuatro sillas y una sombrilla. Cachibaches aquí y allá que han ido recogiendo de la basura. Sombrillas, carros, sillas a las que les falta la tapicería. El baño es una esquina donde unos baldes hacen de ducha cuando el calor aprieta y cuando surge la necesidad. «Pero no se crea, eh, aquí no estamos tan mal», bromean con resignación.
Es mediodía y están haciendo la comida. Hoy toca un guiso de patatas con algo de carne que cocinan en el suelo en un fuego que avivan con alcohol. Sin luz, sin agua, sin nada. Comen de lo que pueden mendigar, de las sobras de los supermercados. Aún así ofrecen asiento, comida y agua.
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