domingo, 3 de febrero de 2019

DESPLAZADOS POR EL CAMBIO CLIMATICO


Los primeros desplazados
Texto y fotos de Alberto Barba Pardal 
 27/01/2019


Kivalina, una pequeña localidad de Alaska situada a 120 km del Ártico, se convertirá en la primera ciudad de Estados Unidos que tendrá que ser desplazada debido a la subida del nivel del mar.

Joe Swan, 82 años. El varón de más edad de la ciudad, experto en caza y pesca. “Hoy en día el verano es más largo y el invierno más corto. Nuestra cultura siempre se ha basado en vivir de la caza y la pesca, nunca he cazado o pescado nada que no haya sido para alimentar a mi familia. Pero ahora, debemos pagar una licencia”.

“Dos años”. Ese es el tiempo que Millie Hawley, directora de la oficina de recolocación de la ciudad, considera que los vecinos de Kivalina, ella incluida, podrán vivir sin riesgo en sus casas. Durante los últimos siete años ha luchado para que la escuchen y dar con soluciones para la localidad. “Lo más importante que hemos conseguido hasta el momento es que este mes de enero comiencen a construir la carretera de evacuación”. En Kivalina viven casi 400 personas, en su gran mayoría esquimales iñupiat, que están obligados a desplazar sus hogares debido al calentamiento global y a la crecida de las aguas del Ártico. La ciudad, situada en un arrecife de arena, ejerce de barrera entre el mar Chukchi y la laguna Kivalina, donde desembocan el río homónimo y el Wullik, convirtiendo el atolón en una isla. Esta localización provoca que sea considerablemente sensible a la subida del nivel del mar.

Un informe realizado por ingenieros expertos del ejército de Estados Unidos pronosticó que en el 2025 la localidad estaría completamente sumergida bajo el agua. En respuesta a este informe, en el 2008 el gobierno federal proporcionó fondos para construir un dique de roca que sirviera de protección a la ciudad. Esta barrera de contención, que se completó en el 2010, ha contribuido a que la erosión sea más lenta, pero ni mucho menos ha zanjado el problema. En los últimos ocho años la pérdida de terreno ha sido cuantiosa, y el avance de las aguas es cada vez más determinante. “Los cambios de temperaturas del mar Chukchi están causando que la barrera de arrecifes sea aún más susceptible a las oleadas, y no me refiero a las tormentas. Tan sólo el recorrido del propio oleaje provoca una erosión alarmante en las orillas del pueblo en un día tranquilo, soleado y hermoso”, explica Janet Michell, coordinadora de relaciones para NANA (corporación nativa de Alaska).



Actualmente la única manera de entrar o salir de Kivalina es en avioneta; los meses de verano también se puede utilizar el barco, pero ante una fuerte tormenta o inundaciones inesperadas, no hay una evacuación segura garantizada. De ahí la celebración de los vecinos por el comienzo de la construcción de la carretera que unirá el arrecife con tierra firme. 
La situación geográfica de la localidad iñupiat también desempeña un factor importante en el alto coste que supondrá la recolocación de la ciudad; este es uno de los principales inconvenientes para llevarla a cabo. No hay presupuestos oficiales ni cifras concretas, pero se calcula que la reubicación de la ciudad rondará los 400 millones de dólares (unos 350 millones de euros). Millie Hawley confirma que aún no hay nada aprobado: “Es cierto que no hay una cifra exacta para la recolocación, pero tan sólo el presupuesto para la carretera de evacuación es de 55 millones de dólares”. Los once kilómetros de trayecto serán financiados por el Departamento de Transporte del estado de Alaska y por el programa de Transporte Tribal Nativo de Kivalina, que contribuirá con un millón de dólares. Se prevé que la carretera de evacuación, que servirá como primer paso hacia la recolocación de la ciudad, esté terminada a finales del 2020.

CAMBIOS CONSTANTES. Mientras los vecinos de Kivalina viven en la incertidumbre de cuánto tiempo sus casas serán un lugar habitable, sufren las consecuencias del cambio climático a diario. 
En el Ártico la subida de temperaturas anual dobla la media mundial, por lo que su derretimiento no afecta sólo a la subida del nivel del mar. “Hemos tenido que adaptarnos a temporadas de caza posteriores para la mayoría de nuestros alimentos de subsistencia, y eso se debe a los cambios en la migración, por ejemplo, la caza de ballenas. No hemos capturado una ballena desde 1994, y eso se debe a que las condiciones del hielo son inestables. Ya no se forman con el grosor de antaño ni se solapan como antes. Tenemos que ser muy cuidadosos con la dirección del viento y las corrientes de hielo, sobre todo cuando estamos acampados en el hielo marino” explica Austin Swan sr., alcalde de la localidad.
Los inviernos cada año comienzan más tarde y son menos fríos, y los veranos, más largos y cálidos. Esto afecta directamente a las formaciones de hielo, que protegen de la erosión, y dificulta su estilo de vida. La cultura iñupiat está basada en la caza y la pesca, es su principal sustento. En la población tan sólo hay un pequeño comercio con artículos de primera necesidad; el máximo empleador de la ciudad es la escuela, con ocho puestos de trabajo. Para las familias esquimales comprender su entorno, los hábitos de las especies con las que conviven y preservar el ecosistema que les rodea es esencial para su supervivencia. Los jóvenes iñupiat como Kyle Sage (27 años) comienzan a cazar y a pescar con cuatro años y en su adolescencia se les puede considerar expertos. “Observo muchos cambios, el cambio climático está aquí. Hace 15 años ya estaríamos sobre el hielo marino buscando qué cazar, y hoy en día ni siquiera hay hielo”. A pesar de las dificultades y de la constante necesidad de adaptación, ninguno de los jóvenes de la aldea piensa en abandonar su comunidad. Como pueblo nativo, el aprendizaje de sus costumbres desde niños consolida la preservación de su cultura.
CAUSA Y EFECTO A LA VEZ. La paradoja de Alaska es que es víctima y verdugo a la vez, ya que su principal motor económico es la industria ­petrolera. El estado conocido como la última frontera ­cuenta con uno de los mayores campos petrolíferos de EE.UU. y es un territorio clave para su seguridad energética. La federación de gas y petróleo de Alaska estima que hay más de 50.000 millones de barriles de petróleo aún sin explotar, y las ­presiones para permitir su extracción son altas. El negocio es claro, pero las consecuencias también lo son.


Donald Trump, presidente de Estados Unidos, ha declarado públicamente que no cree en el cambio climático y lo considera un invento de los científicos. Varias de las medidas que ha tomado desde que comenzó su mandato –desde salirse del tratado de París hasta restringir la preservación de espacios naturales protegidos– hacen pensar que se está lejos de revertir la situación actual de calentamiento global. El problema es que lo que sucede en el Ártico no afecta sólo a EE.UU, puesto que las consecuencias son globales. Así lo indican las múltiples advertencias del Grupo Intergubernamental de Expertos en Cambio Climático (IPCC). Este organismo, en una nueva evaluación con más de 6.000 referencias científicas y la contribución de miles de expertos, afirma que “limitar el calentamiento global requeriría cambios rápidos, de gran alcance y sin precedentes en todos los aspectos de la sociedad”. Para Kivalina ya es demasiado tarde, la recolocación de la ciudad es la única solución.

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